domingo, 25 de octubre de 2009

Acertada marcha atrás. ¡Enhorabuena!



Por Elsa Peña Nadal
elsapenanadal@hotmail.com

Hace años que los ciudadanos dominicanos se están quejando de las restricciones y dificultades que, cada vez en aumento, se les presentan para accesar a las playas de su propio país, y en muchos casos, de sus lugares de nacimiento.

Escuchar que ahora esta restricción,-- ya molesta de por sí, y que no pocos problemas ha originado entre ciudadanos y guardianes al servicio de los hoteleros,-- pretendía ser legalizada en nuestra reformada Constitución, ha indignado en demasía a los dominicanos; tanto a los residentes en el país como en el extranjero.

En este país en Semana Santa, principalmente, y durante todas las vacaciones de verano, ha sido una tradición que las familias que así lo desean, o que no pueden pagarse los servicios de un hotel, simplemente acampen en las playas en casas de campaña o recurran al “pasadía”, llevando su comida preparada, o comprándola en los alrededores del área escogida para disfrutar de nuestras costas.

Cierto es y hay que decirlo, que no todas las cadenas hoteleras que operan en nuestro país, ponen trabas al dominicano “de a pies” para que use y se mezcle en la playa, con los turistas alojados en sus hoteles, los que sí están protegidos en áreas privadas aledañas a la misma.

Pero también hay que decirlo, en algunas zonas turísticas ya cuesta trabajo encontrar un trechito abierto que conduzca al público a la playa. Y hay unos turpenes tan avivados, que hasta han colocado cuerdas sostenidas con boyas, varios metros hacia adentro del mismísimo mar; delimitando, no solo los 60 metros libres de playa que establece la ley, sino también, la mar adentro.

Recuerdo el zaperoco—como dicen los venezolanos—en que me vi envuelta con un “guachimán” de un hotel, mientras montaba a caballo junto a mis hijos pequeños, por todo el borde de la hermosa playa de Bávaro.

Este señor me dijo que estaba prohibido cruzar por allí y le pedí que me trajera al que lo prohibió, pero que antes le dijera al gerente que yo era periodista y conocía muy bien las leyes y mis derechos.

Cuando el enviado del guachimán volvió, simplemente quitó la cuerda; crucé con mi familia y recibimos un fuerte aplauso de los turistas, que mis pequeños agradecieron levantando en alto sus puños. Ese día sentí que di a mis hijos una lección de resistencia contra la arbitrariedad. Pero, ¿y si yo no hubiese sabido reclamar, cómo ellos se habrían sentido con esa humillación publica?

Lo penoso de esto es que a algunos inversionistas extranjeros que saben que en sus países de origen, las playas son públicas sin ninguna restricción, al llegar acá les dejan en libertad de hacer lo que les plazca, imitando a sus iguales locales. Y no solo en el caso que nos ocupa, también en el tema del pago de los sueldos y de los horarios de trabajo que deben cumplir sus empleados; así como en la contratación de extranjeros ilegales.

Se que el licenciado Francisco Javier García, Ministro de Turismo al que hay que sacarle su conconcito aparte por lo bien que se está manejando en esa cartera, tiene una opinión favorable a los usuarios dominicanos de las playas, ríos, lagunas y demás atractivos que Dios colocó en Quisqueya.

García tiene una oportuna y bien montada campaña de promoción del turismo interno que nos insta a conocer nuestro país y a disfrutar de lo nuestro, tanto como lo hacen los extranjeros. Y podrá ser así; ¡claro!, mientras que sea nuestro y quede algo sin vender.

Al Ministro García, le mueve el interés de preservar y potencializar ese espíritu de amabilidad, simpatía, colaboración y aceptación que tiene el dominicano para con los turistas que nos visitan; característica ésta que ellos reconocen en primer lugar, en los cuestionarios de satisfacción que llenan antes de partir del país.

Para saber compartir hay que ser primero propietario; de lo contario, se verá al turista como intruso, como un invasor que disfruta de lo que a nosotros se nos arrebata. Y esto sería peligroso en un país con tantas debilidades en cuanto a seguridad se refiere y con tantas deudas sociales por saldar.

En Cabo San Lucas, en México,-- por solo citar un lugar donde las playas son públicas,- adonde asiste un turismo caro, de élite; ve usted cómo, a partir de las seis de la tarde, van llegando los pescadores con su familia y se instalan en las playas; frente y a escasos metros de los hoteles, y proceden a pescar de pie, en tanto que sus hijos se bañan en el Pacifico y corretean en la arena.

Esta actividad que permite el sustento a estos mejicanos de escasos recursos, constituye un atractivo mas para el turista, que disfruta todo el proceso de la pesca y que ve cómo el pescado es metido en un hoyo y cubierto de arena mojada para protegerlo del declinante sol; asimismo, gusta de tomarse fotos con la ensarta de peces y con los niños; y hasta toma en sus manos el sedal y la caña de pescar.

La seguridad del turista tiene que estar garantizada y hay que evitar además que sea asediado por venduteros ambulantes; esto se entiende y para ello se han establecido puestos de venta y mercaditos adonde pueden acudir. Pero este argumento de la seguridad, no puede estar por encima del derecho de los dominicanos al disfrute de nuestros atractivos naturales.

Haydée kuret de Rainieri, una mujer inteligente y juiciosa, presidenta de la Asociación Nacional de Hoteles y Restaurantes (ASONAHORES), y que ha desarrollado en el Grupo Punta Cana, una excelente labor social, comunitaria, integracionista y de extensión con los residentes de esa zona, en el Este del país; sabe bien a lo qué me refiero.

El lugareño ha de recibir los beneficios de la actividad turística que se desarrolla en su región y es a lo que llamamos “turismo sostenible”; ya que él es el anfitrión natural de los visitantes y hay que reconocerle su dignidad, sin extrañarle del hábitat que por generaciones ha disfrutado, y que es inherente a su cultura.

“Sonríe al turista” es un eslogan universal muy usado en las campañas locales.

Esto solo será posible en este país si no se materializan mamotretos jurídicos como el que se intentó introducir, fallidamente, en nuestra Constitución con la intención de privatizar las playas para complacer a un grupito de empresarios turísticos y a sus alabarderos, quienes no pueden apreciar el bumerang que se les habría venido encima.

Por suerte, rectificar es de sabios y como dice el pueblo: “el que mete la pata y la saca pronto, queda bien”. No todos los empresarios estuvieron de acuerdo con esto y ya me extrañaba a mí que así fuera. Además, las protestas no se hicieron esperar.

Es más, con el solo y pretencioso intento de imponer este desaguisado, ya han alborotado tal avispero que tendrán que dar marcha atrás en el terreno ilegalmente ganado, abusando de la paciencia de los dominicanos y en perjuicio de sus derechos ciudadanos.

En más de treinta años laborando en este sector, nunca había oído yo semejante dislate. ¿Privatizar las playas? ¡Por favor!

Una industria tan importante para nuestra economía, que solo el año pasado trajo al país 3.4 millones de turistas para un ingreso en divisas por el orden de los 4mil176 millones de dólares, no podía darse ser el lujo de entrar a navegar en ese mar revuelto de la Asamblea Constituyente, donde al parecer, “se soltó el loco”.

La autora es periodista

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tania Medina hablará de ‘la teoría Barbie’ en Days To Shine

  “Me gustaría que no se quede ni una dominicana sin aplicar en su vida ‘la teoría Barbie’, pero si quieren saber de qué se trata, quiero qu...