viernes, 1 de mayo de 2009

Entre canciones y poesía nacía la lechuga



Elsa Peña Nadal

El amor por la agricultura lo heredé de mis progenitores, pero específicamente de papá, hijo de campesinos banilejos, que igual sembraba rosas que zanahorias; que hacia injertos aéreos y canteros de hortalizas con sus propias manos; que aprovechaba las cercas para enredar a las tallotas y hacia trepar las chinolas por caminos alambrados. Con él aprendimos a valernos de pedazos de ramas en forma de “y” griega como las que usábamos en los “tira piedras” y así sosteníamos las berenjenas, los tomates y los ajíes, evitando de este modo que tocaran la tierra.

Papá cantaba mientras sembraba. Ponía amor en todo lo que hacia.
Algunos de los versos que aun recuerdo de Bécquer, Constanzo C. Vigil, o Martí, los escuche de sus labios mientras el sol hacia brillar su sudorosa frente.

Una de las cosas que llamó mi atención cuando fuimos a vivir a Jarabacoa, fueron los canteros de hortalizas que papá ya tenia preparados en el patio. Un día llamó a sus hijas para mostrarnos unas plantitas preñadas de frutos, tan pequeñas, que fue preciso arrodillarnos para observarlas mejor. Fue cortando de una en una las fresas, y nos las iba introduciendo directamente en la boca cual sacerdote que administra la comunión.

Mamá, harta de la dictadura de Trujillo, acostumbraba a decir que en cuanto pudiera se iría del país con toda la familia. Papá, que sabía que eso nunca sucedería, se limitaba a decirle de muy buen animo, que cuando ella comprara los pasajes para Nueva York, él compraría otro pero para Baní, para dedicarse a sembrar en su tierra; y yo en seguida afirmaba que me iría con él.

Mis hermanas, cuestionadas frecuentemente por nuestra madre, de si se irían con ella a Nueva York o, “con su papá para el campo”, trataban de complacerlos a ambos. Un día ganaba papá pero el siguiente podía ser mamá. Pasaba igual con el Beisbol: papá era escogidista y mamá liceísta; solamente mi hermana mayor y yo éramos fieles fanáticas; ella roja y yo azul, pero las pequeñas cambiaban de chaqueta cuando se enteraban de que su equipo estaba perdiendo el juego; entonces corrían a los brazos de papá o de mamá a decirles que ahora eran rojas o azules.

Cuando papá llegaba de la oficina por las tardes, se internaba de lleno en el patio a trabajar en su hortaliza, la que nos proveía cada día la ensalada de la comida, y muy frecuentemente, también a las monjas de nuestro colegio. Mamá le acompañaba algunas veces pero se dedicaba mas a sus plantas de verduras y de flores, a las que favorecía muy bien el clima de Jarabacoa; ella cultivaba gladiolos, margaritas y orquídeas; así como perejil, puerro, albahaca, y otras.

Caminando entre los surcos, papá solía recitar poesías que mamá le pedía, algunas de su propia autoría: “Quiero volver a ti pueblo natal, do brillar el sol por vez primera, y beber en el claro manantial, legendario y romántico de Güera….”. A veces solo cantaba, imitando el tono operístico de Eduardo Brito, siendo “Granada”, “Lamento Esclavo” y “Siboney”, tres de las más solicitadas por su fan femenino.

La hortaliza ya era conocida de los vecinos y pronto empezamos a vender las matas de lechuga, las que se arrancaban en el mismo momento de la compra. Como el comedor de diario estaba ubicado en la terraza, los clientes llegaban hasta allí entrando por el portón del patio, justo a la hora de almorzar. Esto se convirtió en un fastidio para mis hermanas y para mí pues teníamos que interrumpir la comida para ir a buscar la lechuga, venderla y lavarnos las manos para volver a la mesa; y así una y otra vez.

El incentivo del dinero que nos daban semanalmente como mesada, ya no era suficiente para tanta molestia, así que papá nos dio la idea de poner varias matas de lechugas en un balde con agua, a la mano de los asiduos clientes; y así comenzó un auto servicio donde cada uno tomaba su lechuga y dejaba al lado los centavos que costaba. Papá no se explicaba por qué la gente, teniendo donde sembrar, no hacía lo mismo que nosotros, y jocosamente comentaba: “Usted sabe lo que es eso, “vale”, que sea el del pueblo el que le venda la cosecha al del campo!”.

elsapenanadal@hotmail.com

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