viernes, 19 de junio de 2009

“ADORO”




foto: Homero Hernández

Elsa Peña Nadal

Recientemente me enteré de algo que no cambiará el curso de la Historia de la Humanidad, ni detendrá la construcción de una cementera en Los Haitises: todas las canciones de Armando Manzanero, inician con la misma palabra conque han sido tituladas. Esta, por ejemplo, que se llama “Adoro”, dice de entrada: “Adoro la calle en que nos vimos, la noche cuando nos conocimos…”

El estímulo auditivo, producto de una determinada canción, deja grabada una huella en nuestra memoria sensorial y produce una conexión entre nuestras neuronas; este suceso está íntimamente ligado a las circunstancias que rodearon el momento en que se produjo el estímulo, el que da paso a lo que luego denominamos como “un recuerdo”.

Por años he cantado esta canción y creo que mis hijos me habrán de recordar por ella. Y es que esta composición de Armando Manzanero, escrita en el año 1967, está asociada a mi juventud, a mis luchas y a mis amores; y sobretodo, a un sorpresivo e inesperado viaje que tuve que realizar, en misión política, a la isla de Curazao.

Como obsequio del Día de las Madres, recibí de mi ahijada Sol Mercedes, una entrada al concierto que, bajo el título, “Nostalgia”, ofreciera Manzanero en compañía de Marcos Antonio Muñiz, el Mariachi Vargas y nuestro querido maestro Rafael Solano.

Así que, sentada en el palco central del Teatro Nacional, junto a mi comadre Sol Milagros, su hermana Rosy, y Mery, amiga muy querida de las tres, cantamos y aplaudimos haciendo coro; retrotrayendo y realimentando las emociones de aquellos años idos, pero atesorados en una memoria que se reinventa para avanzar y situarse en los primeros lugares de nuestros mejores recuerdos.

A nadie importa si ya no cantan igual que antes: tienen la experiencia acumulada que les hace respetar a su público y dar lo mejor de ellos y cuentan con la fidelidad de más de cuatro décadas de sus admiradores, quienes les acompañan a cantar, reviviendo amores y desamores, penas y alegrías.

Aquel día en que comenzaron los planes para mi traslado a Curazao, llegó Aniana Várgas a mi casa, acompañada de una hermosa perra Pastor Alemán; venía con la excusa de conocer a los perros de los que yo le había hablado. Mis padres no tenían idea de que esta afable y educada señora, era una importante y apreciada dirigente del Movimiento Revolucionario 14 de Junio, al que yo pertenecía.
Tras presentarla como una profesora de la UASD, y terminadas en el patio las platicas sobre los perros y los futuros encastes caninos, hizo Aniana un aparte para decirme que el Partido necesitaba de mis servicios; que si tenía, le entregara mi pasaporte, y que nos veríamos al día siguiente en un lugar que me indicó.

Mientras pasaba al baño, le entregué con discreción el documento, indicándole que estaba vencido, a lo que no dio importancia. Esa noche casi me desvelo, ante la emoción de verme elegida por el 1J4 para una misión política en el exterior. Con apenas 21 años, aunque si bien era novia de un alto dirigente, no pasaba de ser un simple cuadro de la base, sin ninguna experiencia política, a diferencia de otras compañeras de mi edad, con mayor tiempo en el Partido, que habían participado en la revolución y hasta viajado al exterior a recibir entrenamiento.

Como aún no sabia en que consistía la misión que me sería asignada, no podía deducir que mi condición de “no quemada” ante los servicios de seguridad, era lo que me convertía en la persona idónea para ese trabajo.

Recordé a Homero, a quien no veía desde hacía siete meses, pues con apenas cuatro meses de noviazgo, tuvo que partir al extranjero y andaría por China, Vietnam o Francia, desde donde a veces me escribía algunas cartas que llegaban a otras direcciones y me eran entregadas con retraso. “Se va a sentir orgulloso de mi cuando se entere”, pensaba yo, desvelada por la emoción.

Al día siguiente recibí mi pasaporte renovado, el boleto aéreo y cierta cantidad de dinero en dólares. Aniana Vargas y Fidelio Despradel Brache, me ofrecieron todas las explicaciones de lugar: dos dirigentes del Partido estaban ocultos en algún lugar de Curazao; se les había acabado el dinero y eran buscados por las autoridades de migración de la isla, adonde llegaron procedentes de Europa, para desde allí entrar clandestinamente al país. Pero esto no les había sido posible.

Mi tarea consistía en buscarles, y tras ubicarlos, entregarles el dinero y colaborar con sus planes; se me explicó claramente que por nada del mundo podían estos compañeros ser apresados y deportados a este país, pues sus vidas correrían grave peligro.

No era difícil imaginar ese escenario. Estaba muy fresco el recuerdo de la Revuelta de Abril y transitábamos por ese período conocido como “los doce años de Balaguer”. Ellos habían salido clandestinamente del país, y desaparecerlos desde que pusieran pie en el aeropuerto, no era nada del otro mundo. Sobretodo porque había un plan de exterminio de los cuadros políticos que se destacaron en dicha contienda bélica.


En el escenario, Armando Manzanero bailaba con increíble habilidad para sus 74 años; y tomándose un descanso en medio de las canciones, hacía gala de su buen humor. Nos contaba que a causa de su pequeña estatura, le era difícil encontrar pareja en los bailes; y cuando bailaba, siempre con chicas más altas que él, su cabeza quedaba colocada en un lugar muy engorroso.

Alardeó de su sangre indígena, al decir con orgullo que era hijo de dos indios mexicanos puros, recibiendo un caluroso aplauso del público, y agregó a seguidas: “pero también tengo sangre europea…de los españoles que entraron por mi tierra, Yucatán, y fueron comidos allí mismo por mi gente”.

El público, entusiasmado, le pedía al reconocido compositor y cantante, sus canciones preferidas: “Esta tarde vi llover”; “Somos Novios”, “Contigo aprendí”; etc. Y mi voz sobresalía entre los que también le solicitaban: “Adoorooo”.

Después de la reunión, regresé a mi casa; escribí una nota para mis padres y se la dejé con la trabajadora, quien se comprometió a entregarla en la noche, cuando notaran que yo no había regresado de la Universidad a la hora acostumbrada. Siempre tuve buenas relaciones con el servicio; éramos, como se dice ahora, “panas full”.

La nota decía algo así como: “Papá, mamá; estoy en una misión del Partido; no se preocupen por mi, no corro ningún peligro; pero si no quieren perjudicarme, deberán guardar completo silencio acerca de esto; regreso pronto. Les pide su bendición, Elsa”.

Pese a la confusión que se creó, mi madre relacionó “la misión”, con la reciente visita de Aniana, pues mi hermanita pequeña, complicó la cosa al informar que ella vio cuando saqué el pasaporte de mi gavetero y se lo entregué “a la señora que trajo al perro.”

“Imposible-- gritó mi madre alarmada-- ese pasaporte está vencido; la van a apresar en el aeropuerto”--. Y mi padre, mas en control, expresó:--“Para esos comunistas no hay nada imposible; para qué tu crees que ella lo vino a buscar aquí?”. Hagamos lo que pide Elsa, ni una palabra a nadie; y esperemos confiados en Dios; ella regresará sana y salva”.

Desde el aeropuerto llamé a Nilda Matos, amiga de mi madre, y propietaria y directora de un colegio en Los Prados, donde yo impartía clases en el nivel de preescolar. Sin poder darle muchas explicaciones, le pedí una licencia indefinida; y tras un silencio de su parte, solo atinó a decirme: “cuídate mucho Elsa”. El corazón me dio un redoble de tambora; quizás adivinó que estaba yo despedida.

Poco antes de abordar el avión, me dijeron el nombre de los compañeros a quienes iba yo a ubicar; tanto sus supuestos nombres y nacionalidades, como sus nombres verdaderos. Uno era Virgilio Gómez Suardí, alias Billo; y el otro, mi novio, Héctor Homero Hernández Várgas.

La compañera que me condujo al aeropuerto, reía a carcajadas por mi asombro y mi alegría, mientras me despedía con un abrazo. A partir de ese momento me desconecté completamente de este país; de la preocupación por mi empleo y por lo que me sucedería al regresar a mi casa. Todo quedó atrás. Solo tenía en mi mente esa islita de Curazao, a la que ya había ido de compras en dos ocasiones, en compañía de mi madre y mi hermana mayor.
--

“Mía, aunque con otro contemples la noche, y de alegría hagas un derroche, nunca te olvides, sigues siendo mía.”-- Manzanero interrumpe la canción y empieza a hablar de su ex esposa y madre de su hijo, músico también; y dice no explicarse por qué no están juntos todavía.

Cuenta que ella se volvió a casar, esta vez con un apuesto y altísimo alemán y que está seguro que nunca se separarán, “porque él no habla nada de español y ella no entiende ni un carajo en alemán.”

Ella sigue siendo mía, dice, porque los día quince de cada mes, tengo que mandarle un cheque, y si se me olvida, al otro día me lo están recordando “el gordo y la flaca” por la televisión.

Cuando por fin cantó “Adoro”, el coro del público se lució, parecía que habíamos ensayado previamente; más que cantar él, extendió el micrófono y nos puso a cantar a nosotros, y nos aplaudimos todos.

Rafael Solano, Marcos Antonio Muñiz y el insuperable Mariachi Várgas, después de sus respectivas presentaciones por separado, cerraron la noche con broche de oro, cantando entre todos, el clásico internacional del maestro Solano: “Por Amor.”

Por amor al Partido y a mi compañero, llegué yo a Curazao aquella tarde. En el taxi camino al hotel, oí por primera vez, y luego en la recepción cuando me chequeaba, y en muchas otras ocasiones en la isla, la canción de moda de Manzanero: “Adoro las cosas que me dices, nuestros ratos felices, los adoro vida mía”. Y desde entonces, me apropié de esa canción.

Lo que viví durante esos días, en la islita holandesa, fue mucho y muy intenso; pero es material para otro artículo.


La autora es periodista y una de las viudas de los 12 años de Balaguer
elsapenanadal@hotmail,com

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